El ungüento con el que me has envenenado

(No voy a entrar en el tema de lo que todo el mundo desea y tanto cuesta… eso en otro momento, en otro blog; pero ni te imaginas la de cosas tan diferentes que desea la gente que me encuentro en mi camino).

Y me preguntas que tengo yo que ver con los brillantes con los que decoras tus uñas? Pues lo bien que me siento cuando me veo reflejado en ellos, cuando tus manos se acercan a mi rostro y me acarician. Me acarician la cara y comienzan a descender persiguiendo ese objetivo que siempre tienes, estemos solos, encerrados en mi habitación o en cualquier otro lugar. Y a mí que no me hace falta fuego para encenderme, me basta con tu mirada, tu respiración y tu cuerpo lascivo, rozándose, apretujándose y restregándose contra el mío.

Es que es tan delicioso el ungüento con el que me has envenenado que ahora no concibo otra forma de respirar, de escuchar, de oler, de tocar, de degustar o de pensar. Tu le llamas vicio, yo placer. Por eso pienso aunque la sangre ya no me llegue al cerebro que tenemos que quitar, sin ninguna duda, la tierra que hay entre los dos… aunque sea a puñados de nuestras manos.

Deberíamos volvernos locos los dos… yo al menos ya lo estoy…